Una noche oscura y fría, un coche baja la calle dando giros y arrebatos de locos, llenos de risas y alcohol en las venas. En lo alto del coche, amarrado al techo, un bulto en una toalla. Cerca de unas casas, se para el coche subiéndose a la acera con dificultad. Se abre la puerta, y Damián sale dando tumbos. Agarrándose a un árbol busca en su bolsillo las llaves, a la vez sisea para que no hablen tan alto. Se despide de sus amigos.
―¡Espera…, amigo!―balbucea uno de los jóvenes soltando la toalla del techo―. Llévate tu regalo, coño…
―¡Dame para acá!―dice Damián agarrándolo con dificultad.
Entra la luz de un nuevo día por la ventana, iluminando toda la habitación. Damián se despierta, le duele la cabeza. Está revuelto y corre dando tumbos hacia el baño. Un mareo se apodera de todo su cuerpo, se agarra al lavabo y espera a que se pase. Escucha abrirse la puerta. Se da cuenta que está desnudo. Coge la primera toalla que encuentra y se la enrolla en la cintura.
―Damián, ¿estás durmiendo?―pregunta una anciana abriendo la puerta lentamente.
―¡Estoy en el baño mamá! ¿Qué ocurre?
―Pues, que no puedo abrir el bote de las pastillas. Es medio día ya, y no puedo tomármela más tarde―dice la anciana entrando en la habitación y caminando hasta Damián con las pastillas.
―¡Ya está! Me voy a bañar, me duele un montón la cabeza.
―Ya me voy, mi niño. Me la tengo que tomar ya―explica la anciana dándose la vuelta para salir de la habitación―. Perdona hijo, no sabía que Mónica estaba contigo, lo siento―susurra la anciana cerrando la puerta despacio al salir.
Damián se queda confuso. Su madre tiene días de demencia, pero es extraño ese comentario. Mira hacia la cama, una melena rubia sobresale de la sábana. Se acerca a la cama confuso. No recuerdo mucho lo que pasó anoche, pero ¿una mujer? Agarra la sabana y la quita despacio. Unos ojos de un azul intenso lo miran sin pestañear. Retira toda la sábana, unos pechos perfectos, un cuerpo de infarto. ¿Una muñeca? ¡Ya me acuerdo!, mi cumpleaños. Mi regalo. ¡Cómo me duele la cabeza! Voy a bañarme.
Antes de salir de la habitación, busco donde esconder la muñeca. Decido ponerla sobre el armario, envuelta en una sábana. En una casa tan pequeña es difícil buscar hueco.
Unos días más tarde.
Damián entra en la casa, cansado de trabajar. En la pequeña sala está su madre tomando una infusión. Sin pensar, se sienta en el sillón dejando caer su cuerpo cansado. Su madre lo mira sonriente.
―¡Te traigo un café!, sé que te gusta, espera―dice la anciana levantándose.
Damián se incorporó para coger el mando de la tele. Se encontró de frente con unos ojos azules. Damián se levanta deprisa, asustado. La muñeca lleva un suéter rojo, su pelo rubio y rizado le llega casi a la cintura.
―¿Mamá? ¿qué hace esto aquí?
―¡Hijo! ¿Qué ocurre? ¿Por qué gritas?―pregunta la anciana poniendo la taza de café en la mesita―. ¿Estas enfadado con Mónica?
―¡Mamá, no es Mónica! ¿Cómo la bajaste del armario? Bueno… No importa, la guardaré en otro lugar.
―¿Qué ocurre? ¡No lo entiendo!
―Esto es una muñeca, mamá.
―Hijo, ¡no te permito que insultes a una mujer! No es una muñeca. ¡Mónica no se merece que la trates así!
―No es Mónica, ¡hace años que no salgo con Mónica, mamá! Ahora salgo con Carmen, hace un año, ¿no te acuerdas?
―Pues, como se llame, solo me hacía compañía―confiesa la anciana indignada.
Damián, incómodo con la situación se lleva a la muñeca al cuarto. Piensa donde esconderla, difícil. Se acuerda del cuarto de la lavadora, su madre no puede subir las escaleras, allí estará bien. La sienta sobre la lavadora. Faltan tres días para que Carmen venga de sus vacaciones, si ve esta muñeca me mata.
Un tiempo después.
En la cocina se escuchan voces, es su madre que habla entretenida. Un teléfono suena en el pequeño salón. La anciana camina despacio para contestar. Al pasar cerca de Damián, la anciana le hace señas. Damián entra a la cocina, tiene ganas de cenar y acostarse. Saca un poco de queso y jugo de naranja. Al cerrar la puerta de la nevera, el corazón se le quiere salir del pecho. La muñeca está de pie, con una cerveza en la mano. Lo mira fijamente, sus labios perfectos entreabiertos, esperan en silencio.
La anciana entra en la cocina. Recoge su plato y pasa cerca de la muñeca con naturalidad. Sonríe a Damián que sigue paralizado.
―Mamá, ¿Cómo pudiste subir al cuarto de lavar?
―Hijo, ¡yo no puedo subir al cuarto de lavar! Si te refieres a Mónica, cuando vine a cenar estaba aquí. No te preocupes hijo, nos llevamos bien.
―¡Es una muñeca! ¡Muñeca! No puede bajar sola, ¡la bajaste tú mamá! ¿Me quieres volver loco?―pregunta Damián sentándose en la silla cerca de la mesa―. ¿Por qué lo haces, Mamá?, ¡Mírame! Pronto llega Carmen, mi novia. No quiero ver más a esta muñeca, ¿vale?
―No sé por qué te enfadas conmigo, díselo a Mónica, hijo. Yo no tengo vela en este entierro.
Damián se levanta de la mesa, coge a la muñeca y se la lleva a su habitación. Cierra la puerta y coge el teléfono enfadado.
―Raúl, ¿a quién se le ocurrió la idea de la muñeca? ¡me está tocando los cojones!
―Es para eso y más, ¿qué problema tienes?―dice sin parar de reír.
―¡Muy gracioso! Es una muñeca, y no la puedo guardar en ningún lado, mi casa es pequeña. Además, no sé qué le ha dado a mi madre, que la saca y se pone ha hablar con ella. ¡Me está volviendo loco!
―¿Tu madre?―dice entre carcajadas Raúl―. ¡No puedo creerlo!
―Sabes que tiene demencia, no te rías.
―¡Lo siento hombre! Pero reconoce que tiene gracia.
―¡Llévate la muñeca! Pronto llega Carmen y no quiero esto en casa.
―¿Tú estás loco? Es una muñeca sexual muy cara, casi dos mil euros. Pero es tuya, no hay solución.
―¡Pues la vendes! Yo no la quiero, la muñeca te la regalo.
―Damián, nadie quiere una muñeca usada.
―¿Y qué hago?
―¡No lo sé! Miraré en internet a ver.
Sobre la cama está la muñeca, sus brazos están agarrando los barrotes de la cama. Damián piensa donde meterla, para que no pueda su madre sacarla de nuevo. Se levanta y la lleva a la bañera, luego cierra la puerta del baño con llave. Se guarda la llave en el bolsillo y sale hacia la cocina para cenar con su madre.
Al día siguiente, Damián se levanta temprano con intención de ir a correr. Se percata de que está desnudo. Siente la presencia de alguien más en la cama. Retira las mantas, y ahí está. Su corazón late deprisa, no lo entiende. La muñeca esta desnuda sobre la sabana, su pelo revuelto y sus ojos azules lo miran de forma extraña.
Damián se va al baño confundido. Como si se escondiera de alguien, cierra la puerta del baño y llama por teléfono.
―Pedro, perdona que te llame tan temprano. ¿Puedo meter un trasto en tu garaje?
―¡Que va! Estoy vaciándolo, lo siento.
―¡No importa! No te preocupes, nos vemos.
Damián se viste deprisa, coge una manta vieja que tiene para las acampadas. Envuelve a la muñeca y la saca a hombros de su casa. La mete en el maletero, bajo la mirada atenta de un vecino. A unos kilómetros hay una casa abandonada, a veces transitada por drogadictos, seguro que no les importa que la muñeca se quede ahí. Aparca y la saca del maletero envuelta en la manta. Entra en la casa abandonada, escucha unos ruidos no muy lejos. Lanza el bulto a una esquina llena de basura y abandona el lugar con prisa.
Damián sigue con su vida. Una noche, mientras duerme, un ruido interrumpe su sueño. Siente una presencia en su cama, se acuerda de Carmen, su novia. Enciende la luz, conteniendo su entusiasmo.
―¡Hola cariño! ¿Me echabas de menos?―dice la muñeca subiéndose sobre él.
―¿Tú? No puede ser, tu eres una muñeca―grita mientras intenta escapar de sus piernas―. No tienes vida…, solo eres una muñeca sexual. ¡Esto es una locura!
El pelo sucio de la muñeca roza su cuerpo. Su cara estropeada, se acercaba a la suya. Sus manos pequeñas y fuertes sujetan las suyas. El terror invade su pecho, paralizándolo. Lo mira fijamente.
―¡Muñeca! ¿Muñeca?―repite gritando la muñeca―. Me llamo Viki, intestaste matarme, echarme de tu vida. Ahora te quitaré la tuya.
―¡Suéltame! ¡Déjame en paz! ¿Qué quieres?
―¡Qué no me llames muñeca! ¿Me oyes?―grita enfadada acercándose a su cara―. ¡No… me llames muñeca! ¡Ni tú, ni la narradora…!
Damián se despierta sudando. Salta de la cama, y se queda caminando sin sentido en la habitación. La lampara está encendida, está solo.
―¡Qué pesadilla! Uf…, qué fuerte―musita mientras intenta relajarse―. No tengo sueño, mejor me voy a pasear un rato, así me despejo.
Los días transcurren lentos y monótonos. Damián trae la compra y la empieza a guardarla. Su madre, en el baño cuenta lo que le dijo el médico.
―¡Hola mamá! María, ¿les hago café?―pregunta Damián pensando que su hermana está en el baño.
―¡Hola hijo! ¿Ya llegaste? María se fue hace rato, si haces el café, ya vamos.
―¿Vamos?―murmura Damián confundido.
―¿Qué te ocurre hijo? Estás pálido, ¿estás enfermo?
La anciana se sienta en la mesa y empieza a contar lo que hizo ese día. Damián en silencio pone la cafetera al fuego. Mientras sus pensamientos vuelan. Tengo que dejar de ver películas de terror. Fue una pesadilla y ya está. Es solo una muñeca que me quité de encima. Además, hice una buena obra, seguro que allí la disfrutan un montón.
―¿Hijo, estás bien?
―¡Sí mamá! No te preocupes. ¿Qué te dijeron de los análisis?
Damián después de escucharla con paciencia. Decidió recoger el baño de su madre, y asegurarse que quedaba seco el suelo. Empieza recogiendo la ropa y las toallas las pone dentro del cubo de la ropa sucia. Se gira para seguir con su tarea, algo llama su atención. No pudo aguantar la angustia, vacía la ropa sucia en el suelo. Ahí estaba, la manta de la acampada. ¡No puede ser!
Su madre, frente a la televisión contaba de nuevo lo que le dijo el médico. Damián se acercó al salón con la manta en la mano. La anciana le sonríe inocente.
―¡Mónica me hace compañía! Está muy enfadada contigo―dice la anciana mirando al sofá.
Sentada con un suéter rojo, estaba la muñeca, es decir Viki. Su pelo recién lavado brillaba, sus labios rojos en una mueca de enfado. ¡No puede ser! Esto es una broma de esos cabrones.
―¿Mamá, quién trajo a la muñeca? ¡dímelo por favor!, que me estoy volviendo loco.
―¡No la llames muñeca, hijo! Es de mala educación, ¿y tus modales?
―¡Dímelo, por favor!
―Cuando llegué estaba aquí, pensé que se había quedado contigo.
Ellos, estos no son amigos. Los voy a matar, me están tomando el pelo. Pues me van a oír.
―Mamá, ¿puedes ir a ver la cocina? ¡Me huele a café!
La anciana se levanta y se va. Damián coge la manta que aun tiene en la mano. Envuelve a Viki y la mete en el maletero de nuevo. Se acerca a una huerta abandonada y empieza a cavar. La mete en el hueco y la tapa con tierra. Se asegura de que nadie lo ve. No quiere que sus amigos vuelvan a metérsela en la casa.
Pasaron los días. Carmen y Damián disfrutaron de unos días maravillosos. Damián tiene el miedo en el cuerpo. En ocasiones le parece ver a Viki. Comprando dulces para el desayuno. Por fuera del escaparate está Viki observándolo. Damián tiene el corazón a mil. La mira fijamente, esperando qué como otras veces, fuera su imaginación. Su cuerpo tiene restos de tierra y sus ojos azules no dejan de mirarlo. Un segundo después ya no está.
Damián no da crédito. Sale corriendo a ver si pilla a sus amigos. Se mete en el coche y conduce hasta la huerta, camina deprisa. El hueco está vacío, Viki ya no está. El miedo invade su corazón.
―¿Mis amigos?, ¡unos cabrones! Se están vacilando de mí con esa muñeca―susurra Damián para sí mismo.
―¿Me estás buscando?
Damián se gira rápido, y queda paralizado. Viki lo mira desafiante, tiene una pala en la mano. Un golpe certero y Damián cae aturdido dentro del hueco. La sangre baja despacio por su cara. Sus ojos están abiertos, y ve como Viki echa tierra sobre su cuerpo, cubriéndolo todo.
―Te lo advertí. ¡No me llames muñeca!
Teneca