Lo importante
Álex se despertó. Se incorporó un poco. Se dio cuenta de dónde estaba. Se destapó, tenía calor. Abrió la persiana de la ventana ovalada del avión. No sabía qué hora era, pero seguro estaban cerca. Se entretuvo mirando el amanecer.
― ¿Desea beber o comer algo, señor? ― dijo la azafata que lo observaba.
―Ahora no, gracias ¿Falta mucho para llegar?
―Una hora y media aproximadamente―. La azafata lo miró con curiosidad― ¿Quieres una tableta o una peli especial? No sé, pide lo que quieras.
La azafata intentaba buscar su entretenimiento. Pensaba en cosas que pudieran agradar a un chico de doce años. Pero no encontraba nada. Era la azafata de la zona VIP y se aburría.
Sacó su móvil y empezó a mirar fotos. ¿Por qué? ¿Por qué nunca pregunté por mi padre? O lo hice y no me acuerdo. Recordó la conversación con Duna, su madre.
Álex le dio la manta y se incorporó un poco en el sillón. Negó con la cabeza. A veces prefería viajar con otras personas. Esa manía que tenía su madre de ponerlo en la zona VIP solo. Al menos con otras personas sería otra cosa. Cogió unas revistas y se puso a hojearlas. Recordaba su ýltima conversación con su madre.
Unos días antes
En el salón de su casa
Su madre miraba impotente cómo su querido hijo lloraba. No sabía porque, pero no se levantaría del sofá hasta que lo supiera. Le da igual todo. Si tenían que cenar ahí, lo harían. Intentó acercarse a su hijo, pero él se alejó. Se sentó en la esquina del sillón.
―Álex, ¿qué ocurre? ― dijo su madre mientras se sentaba en el sillón Camaleonda de Buclé, era su sillón favorito―. Tienes todo lo que quieres, estoy a tu lado siempre. Tienes doce años y estás… ¿Deprimido? ¿Qué pasa?
―Gracias Mercedes ― dijo Duna con un gesto de cariño. Quería mucho a esa mujer, siempre atenta, dispuesta a ayudar y aconsejar.
Mercedes entró en el salón, estaba preocupada. Ella trabaja en el servicio de la casa. Está preocupada, quiere a esa familia más que nada. Se acerca en silencio. Pone una bandeja en la mesa con dos tazas de chocolate con menta, un bote de nata y unas pastas recién hechas.
Mercedes se fue, y quedaron los dos solos. Los dos se miraron, Álex amaba a su madre, siempre tenía tiempo para él, atenta y cariñosa. Pero no posesiva, como otras madres que conocía. Duna mira a su hijo, no puede soportar que esté triste, se le rallan los ojos, se tapa la cara con las manos. Su hijo se levanta y se sienta a su lado en silencio. Se abrazan.
Le contó que en una fiesta en la playa. Le dio un beso en los labios a Darío, su mejor amigo. Darío tiene su misma edad, crecieron juntos. Álex hace unos meses se dio cuenta que lo amaba y esa noche, en la fiesta, cuando se abrazaron, vio la oportunidad y se lanzó. Darío lo empujó y se alejó corriendo. Llevan más de una semana sin hablarse.
―No quiero que llores mamá. No es nada importante. Te lo voy a contar, pero entiende que no puedes hacer nada para arreglarlo ―. Álex se apartó un poco de ella y empezó a contar una mala experiencia, que le sucedió hacía poco tiempo.
Era su mejor amigo y lo había estropeado.
Álex abrazó a su madre llorando sin consuelo. Duna lo tranquilizaba. El tiempo lo cura todo. Ten paciencia, le repetía una y otra vez. También servía para tranquilizarse ella, que tenía los nervios a flor de piel. Se bebieron el chocolate, Álex se comió todas las pastas. Duna se le quedó mirando un buen rato. Dentro de su cabeza, había una idea, una idea loca tal vez. Pero quizás era el momento.
―Tienes vacaciones de Navidad… ¿No? ― preguntó Duna mientras Alex asentía con la cabeza.
―Ah! No. Mamá no. No pienso viajar a ningún sitio. No tengo ganas.
― Irás a ver a tu padre. Ya es hora de que lo conozcas en persona. Gracias a él vivimos así. Ahora deberías conocerlo― dijo Duna con una sonrisa inocente y juguetona.
Duna le recordó muchas cosas. Cada tres meses Duna le enviaba una carta con fotos de Álex, contándole todo lo que acontecía. Era la única condición que le puso a Duna, antes de irse a la Isla Graciosa a vivir.
― Pero si él nunca ha estado aquí. Ni se ha preocupado por mí. Ningún cumpleaños. Nada― dijo Álex dejando la taza en la bandeja. Pensaba que un hombre que nunca se preocupó por la suerte de su hijo no se merecía nada.
En el avión.
―Aterrizaremos pronto, por favor guarda el móvil y abróchate el cinturón― dijo la azafata, muy bajito.
Es hora de que lo conozcas. Te quedarás el tiempo que quieras con él. Duna pensó que era el momento adecuado para que hablaran de hombre a hombre. Pensó, que tal vez, él podía aconsejar mejor a su hijo en esos temas.
Llegaron al aeropuerto de la Isla de Lanzarote. Un taxi le esperaba, lo llevó a Órzola donde estaba el muelle. Desde allí salen los barcos hacia la Isla de la Graciosa. Mientras llegaba a la isla, miraba con curiosidad todo lo que a sus ojos llegaba. Una Isla preciosa. El color turquesa del agua, su costa arenosa. Ya veía sus casitas blancas con sus puertas azules.
Nadie iba a buscarlo. Qué extraño, tenía ganas de tomar algo fresco. Empezó a caminar. La gente le saludaba al pasar. Aprovechó para preguntar por algún bar y le indicaron. Cuando llegó, entró al pequeño mostrador y pidió un refresco. Se sentó fuera, con los pies en la arena. Delante hay una pequeña casa blanca con bicicletas por fuera.
El barco llegó al muelle. Alex bajó con su mochila y caminó con la esperanza de que un hombre, su padre, lo fuera a buscar. Se sentó en un pequeño muro blanco que estaba cerca del muelle. Cogió la arena en sus manos. Miró alrededor. Algunas personas estaban descalzas. Realmente le apetecía. Se quitó los zapatos y los guardó en la mochila. Pisó la arena. Se remangó el pantalón.
Vio a un pescador que venía en una bicicleta y se acordó de su padre. El que debería venir a buscarlo. Le preguntó por Sebastián, donde podía encontrarlo. El pescador no lo conocía. Pero entró en el bar y a toda voz preguntó para ver si alguien le decía. Una mujer salió de la cocina y le dijo que ese era “Chano él bica”. Todos se rieron. No lo conocían con un nombre tan formal.
El pescador le dijo que él sabía donde vivía. Pensó que era raro un niño solo buscando a Chano. Nunca le hablaba de nadie en su vida. Le dijo al muchacho que, si esperaba un momento, él mismo lo alcanzaría, tenía curiosidad por saber su historia. Álex se dispuso a buscar sus tenis en su mochila. Si su acompañante iba en bicicleta, él también. Se levantó y fue a alquilar una. Todas las calles de la Isla de la Graciosa eran de tierra.
Al final se pusieron en marcha. El pescador se llamaba Tomás. Hablaba poco, pero era amable. Le señaló un barco de madera que parecía abandonado en una cala. Le dijo mientras lo señalaba que ese barco era de Chano, él Bica. Siguieron y había tres casitas terreras con unas terrazas iguales. Muros bajos blancos y arena. Las puertas de las casas estaban abiertas. Tomás se paró y le señaló la casa de su padre, dejó la bicicleta en la carretera de tierra.
― ¡Chano! ― gritaba mientras entraba por la casa―. Sale que te buscan.
―¡Papá! No fuiste a buscarme―dijo Álex extrañado.
Tomás salió y se quedó mirando a Alex. Pensó lo raro que era que un niño de esa edad viajara solo a la Isla, estaba intrigado. Tenía que enterarse. Detrás de Tomás salió un hombre alto y delgado. Vestía unos vaqueros cortos y rotos, su camisa estaba vieja y desgastada. Llevaba el pelo rubio y largo, su piel tostada por el sol. Chano se secó las manos con un trapo que dejó en el muro. Se acercó despacio a Alex. A medida que se acercaba sus ojos azules como el mar, se llenaron de lágrimas. Alex dejó la bicicleta en el suelo y caminó hacia su padre. No hicieron falta palabras. Tomás lo entendió todo. Se despidió de los dos. Cogió su bicicleta y se perdió en la carretera de tierra.
Aunque pensaba que la Isla era tan pequeña que le daría varias vueltas en un día si quisiera. Siempre lo hubiera encontrado.
― ¿Te gusta la Isla? Es tan pequeña que aquí nadie se pierde. Todos nos conocemos. Somos familia―dijo Chano sin dejar de mirar a su hijo,
“Qué grande está. Pensó que era lo mas hermoso que había visto, lo más importante en su vida, su hijo”
Chano le enseñó la pequeña casa, lo llevó a su sitio favorito. La puerta trasera daba a una terraza, donde se veía muy cerca la playa. Había una mesa pequeña y dos sillas. Al lado había una puerta que iba a un baño pequeñísimo.
Álex y Chano entraron en la casa. No había tele, ni internet. Una radio vieja que apenas se oía. Una mesa y dos sillas una repisa con una cocinilla y al otro lado un colchón. Álex no daba crédito a lo que veía. ¿Cómo podía vivir así?
―Papá―. Álex le señaló con las manos la casa―. Es un lugar precioso, pero ¿Aquí vives? Si tu eres rico. Tienes edificios, negocios, yates.
―Se lo di todo a tu madre, a ti. Yo soy feliz aquí. Tengo lo que necesito. Gano para comer y vivo en este sitio tan hermoso, me siento feliz aquí. Verte en este lugar me hace el hombre más completo del mundo. Ahora sí te digo a boca llena que, soy el hombre más feliz del planeta-dijo Chano.
Chano no cabía en él de alegría, abrazó al chico y le dijo que se sentara. Fue a traer cerveza, un refresco y unos vasos. Se quedaron los dos en silencio. Solo se oía el mar, su ronroneo suave arrastrando la arena continuamente. El olor a mar, a salitre, era muy relajante. Álex entendió perfectamente a su padre. No hacía falta más. Una paz profunda entró en él, se olvidó de todo.
― ¿Chano, se puede? ― dijo un hombre bajito y muy moreno, que entraba por la puerta abierta de la casa.
Álex miró a su alrededor, está anocheciendo, es precioso cuando el sol se quiere esconder detrás del mar, pero las nubes chivatas y cotillas le roban su luz naranja y rojiza. Como diciendo ¡mira no se ha ido, el sol aún está aquí escondido! Mientras su padre disfrutaba de su compañía y del atardecer.
―Claro, cariño. Estamos fuera. Trae unas cervezas de la nevera, ven para que conozcas a mi hijo― dijo su padre. A Chano le brillaban sus ojos azules como el mar. Cuando el hombre llegó a su lado se besaron en los labios con una dulzura, que envidiaría cualquier enamorado―. Álex te presento a Samuel, es mi pareja, aunque vive con su hijo en Lanzarote ¿Te quedas?
―No. No puedo. Quedé para ir a pescar caballas. ¿Quieren venir?
―Hoy no. Seguro que Álex está cansado. Muchas horas de vuelo. Y tenemos que ponernos al día.
Álex se quedó en silencio. No sabía que su padre tuviera novio. Pero como puede ser si, se casó con mi madre y vivieron algunos años juntos.
― ¿Duna no vino? ¿Cómo está? ― dijo Samuel dirigiéndose a Álex.
―Está bien. ¿Tú la conoces? ―Álex no entendía.
―¡No lo sabía! Ella está bien― Alex veía el espejo desde donde estaba. Se levantó, tenía curiosidad. Lo abrió por la manecilla. Había fotos de él pegadas en todo el espejo por dentro. Álbumes en tongas y detrás al fondo de la repisa estaba forrada por fotos. Todas de Álex solo, con su madre, con sus amigos…
―Sí. Cuando murió tu padrastro Felipe. Tú te fuiste a un campamento. Ella vino y se quedó dos semanas aquí. Mira―dijo señalando la ventana―. Esas cortinas, la cocinilla y la cama de abrir la puso ella. Lo pasamos muy bien. Sabe jugar al parchís. ¿Has mirado detrás del espejo de la casa?
―Bien. Me voy tengo que aprovechar la marea. Mañana nos vemos chicos.
Se despidió Samuel de los dos. Chano lo acompañó hasta la puerta. Se abrazaron, se besaron, Samuel se alejaba diciéndole adiós con la mano. Chano se sentía feliz. Entró de nuevo y se sentó con su hijo fuera. Empezaron a hablar. Respondió todas las dudas de Álex. Algo le quedó claro al muchacho. El tiempo todo lo cura y que, hay personas que se enamoran de almas, sin importar si son mujeres o hombres.
Unas vacaciones estupendas.
TenecaЖ