El sol nace del océano, repartiendo colores naranjas sobre las montañas volcánicas, sobre sus árboles, sobre su mar. Aun la oscuridad de la noche se resiste a irse, escondiéndose como una fugitiva detrás de los muros.
Lola escucha un ruido en su cuarto, no es su despertador. Un sonido estridente y seco la despierta de un sueño tormentoso.
«Los votos. ¡Hay que sacar los votos! Es tarde… No da tiempo…¡Hay que sacar la propaganda electoral!».
Poco a poco sus ojos se acostumbran a la luz y se levanta. Se prepara para un nuevo día. Es cartera, hace muchos años que reparte cartas y paquetes por las casas de La Caleta. Sus calles la enamoran, el ruido del mar la envuelve. La Caleta, es un pequeño pueblo de pescadores. Sus casas besan las olas, el salitre, es su perfume favorito. Las voces de las gentes del pueblo, no se entienden sin el murmullo del océano.
Otro día más, pero este tiene sabor a elecciones. Miles de cartas la esperan, tiene que separarlas, prepararlas, para luego llevarlas a las casas. Hoy no tiene su móvil, se le quedó en la oficina de Correos. Ya tiene puesto su uniforme, hoy pantalones cortos, el sol naranja y un cielo ausente de nubes, anuncia mucho calor.
«¡Los dichosos votos!».
Se acuerda de las cajas grandes llenas de cartas; unas gruesas, otras flacas, unas con letras rojas, otras verdes, otras blancas. Todas tienen que ser repartidas en tres días.
«¡Imposible! ¡Eso no sale!».
Lola aparca su coche por fuera de la oficina. Empieza a quitar los candados, una música conocida suena dentro. “Amaia Montero – Quiero ser…” Enciende la luz, coge el móvil y para la alarma. El silencio, ahora llena la estancia. Deja los candados donde siempre y enciende la pesa en el mostrador. Escucha un sonido extraño detrás de su mesa. Cajas que ruedan, papeles gruesos que chocan en el suelo.
«Plas…plas… Zastt. Zziposs…»
―¡Ay, mi madre! Que ya se cayó algo.
Detrás de su mesa las grandes cajas están en el suelo. Los votos siguen ahí, esperando ser repartidos. Nerviosa, mira hacia todos lados, no ve nada fuera de su sitio, y se sienta en la silla. Ordena los votos de media caja que dejó ayer sobre la mesa. Suena el teléfono. La música vuelve a llenar el recinto. Coge el móvil y sale caminando hacia la calle. Acaba la conversación y entra de nuevo.
«Plas…plas… Zastt. Zziposs…»
―¿Quién está ahí?
Entra deprisa a la oficina, las cajas siguen en el suelo, pero, vacías. Preocupada se acerca a las cajas.
―¿Dónde están mis votos? ¿Qué pasa aquí? ¿Quién anda por ahí?
Lola mira detrás de la mesa, no hay nadie. Nerviosa, observa de nuevo las cajas vacías del suelo. Un sonido llama su atención sobre la mesa.
«¡Suup…! ¡Suup…!»
Los votos que están sobre la mesa son absorbidos por un gigante de papel, que la mira fijamente. Suena el móvil, la música llena el ambiente. Un enorme amasijo de cartas empieza a bailar. Se mueve de forma extraña, al ritmo de la melodía, recorriendo la oficina. El sonido de la música se mezcla con el roce del papel.
Lola abre sus ojos grises como pocas veces lo hace. Se arrima a la mesa, quiere salir corriendo. Los votos están todos juntos, con forma humana, moviéndose al ritmo de la música. Asustada, sale de la oficina corriendo, mientras se tapa la boca para no gritar.
―¡No puede ser! ¿Me he vuelto loca? ¿Qué es eso? Y ahora ¿qué hago?
Camina de un lado a otro de la calle, no quiere entrar en esa oficina. Su cuerpo tiembla de miedo. Nerviosa, intenta buscar una explicación.
―Esto es una broma de alguno de mis compañeros.
Convencida, entra en la oficina de nuevo.
―¡Vale, muy graciosa Carmen! Anda, quítate ese disfraz que tengo que repartir esos votos ¡Jodida! Que me diste un susto de muerte―dice Lola acercándose al gigante de votos.
El gigante le saca medio metro de altura. Sus ojos la miran de cerca, los votos se mueven de una forma imposible.
―¡Has conseguido hacer un buen disfraz! Carmen, muy original, pero necesito empezar a preparar los votos.
―Hola… Hola―dice el gigante moviendo los votos de su cara con forma de boca.
―Tú… Tú no eres Carmen, ¿quién eres?
―Me gusta bailar…―dice el gigante moviéndose de una forma absurda.
Lola sale corriendo de la oficina, sin mirar, sin pensar. Ya es de día y se olvida el móvil dentro. Fabian camina por la calle de adoquines, trabaja en una casa cerca de la oficina.
―Hola, ¿qué le ocurre? ¿Se encuentra bien?―pregunta Fabian.
―Ahí dentro, hay… Hay algo que no sé qué es.
―¡Tranquila mujer! Entro con usted, seguro no hay nada.
Fabian entra primero, ella lo sigue de cerca. El móvil suena de nuevo, los dos se paran asustados. Caminan hasta la mesa, recorren toda la oficina, nada. El gigante de papel no está.
―Aquí no hay nada extraño, pero ¡Madre mía! ¡Más cartas! Nunca había visto tantas cartas juntas―dice Fabian asombrado.
―Gracias por entrar, creo que el estrés me está jugando una mala pasada.
―Lo que le haga falta, estoy trabajando dos casas más abajo. Cualquier cosa, me llama.
―Gracias, de verdad.
Lola, se dispone a preparar los votos. Pone música con una radio pequeña que tiene la oficina. Intenta olvidar lo sucedido.
«Plas…plas… Zastt. Zziposs…»
De nuevo el ruido extraño, pero, esta vez ve como los votos se levantan de las cajas. Se unen todos formando los pies, el cuerpo, los brazos y una cabeza. Un gigante enorme hecho con votos empieza a bailar en la oficina. Lola, se levanta despacio sin perderlo de vista, llama a Fabian que aún está en la calle.
―¡Fabian entra! Por favor ¿Lo ves? ¿Ves al gigante?
―¿Qué ocurre? ¿Qué gigante…? No veo nada.
―…
―Señora, quiere que llame a alguien, ¿se encuentra bien?
―De verdad ¿no lo ves? Es enorme y está ahí mismo.
―No veo nada, mucho menos a un gigante.
―No importa. Tranquilo, yo… No sé, estoy bien, creo.
―¿Seguro? Puedo llamar a alguien de Correos…
―No se preocupe. Gracias por todo.
Lola coge las llaves, cierra la puerta y se va a tomar un café. Llama a su terapeuta y le cuenta lo que ocurrió con el gigante.
―Ese gigante está en tu cabeza. No le hagas caso. No existe, estás estresada con la propaganda electoral, nada más.
La terapeuta sigue hablando con ella hasta que se tranquiliza. De nuevo, entra en la oficina. El gigante de votos la saluda mientras baila. Lola se sienta en la mesa, no le hace caso. Más tarde, está en su coche, tiene que repartir lo que llega a diario. Los votos también, pero no los tiene. Forman parte del cuerpo del gigante.
―Voy contigo ¿me llevas?―dice el gigante.
―Tú no existes, solo estás en mi cabeza y no sé por qué. Necesito repartir esos votos―le dice Lola señalando el cuerpo del gigante.
―Entonces, yo me llamo Voto. Pues, vamos…
El gigante se sienta a su lado, dentro del coche. Apenas cabe su cuerpo. Observa todo a su alrededor con asombro.
―¿Qué es eso?―pregunta Voto.
―Es una plaza.
―¡Qué hermoso!―dice el gigante bajándose del coche en marcha.
―Pero ¡qué haces, loco!
El gigante camina hacia el gran árbol que está en el centro de la plaza. Lo rodea con sus brazos de papel.
―¿Por qué me siento tan bien cuando lo abrazo?―pregunta Voto encantado.
―Es un árbol y tú eres de papel. Por eso, te sientes bien a su lado.
―¿Yo soy de papel? ¿Él también? ¡Qué hermoso es!
―…
Siguen por la carretera hasta llegar a La Caleta. En la playa, las olas acarician la orilla. Voto, extasiado, sale sin pensar y se acerca corriendo al mar.
―¡No, no te metas al agua!―grita Lola.
―¿Qué es esto? ¡Que enorme!
Asustada, ve como el papel de las piernas del gigante se mojan con el agua del mar.
―¡Sale rápido de ahí! ¡Dios mío! ¿Es qué no ves que te deshaces? Me vas a estropear las cartas.
Voto se mira sus pies, confundido se aleja de la orilla.
―¿Qué es?―pregunta Voto.
―El mar, estamos en la playa de La Caleta.
―El mar es enorme y la playa es preciosa…
―Y peligrosa, sobre todo para ti. Me vas a meter en un lío.
Lola sigue repartiendo hasta que termina la jornada. Esa noche, llama de nuevo a la terapeuta. Se toma el tratamiento, con la ilusión de que al día siguiente no estará Voto en la oficina. No contaría nada a sus compañeros. Están todos estresados intentando sacar a tiempo la propaganda electoral. Ella tendrá dos días nada más, si no puede repartir ningún voto, llamará a su jefa.
Al día siguiente Voto la espera. No le hace caso, nadie lo ve, solo ella, y no puede evitarlo. Ahora no es gigante. Voto, es más pequeño que Lola.
―¿Dónde vamos hoy?―pregunta Voto con una voz menos profunda.
―Quiero que desaparezcas de mi cabeza. Tú no existes, según mi terapeuta. Así que vete de mi vida.
―¿A dónde?
―No sé, pero vete.
―…
La radio suena en la oficina y Voto empieza a bailar. Ella intenta no mirarlo, pero aún es un espectáculo. Cuando se mueve al ritmo de la melodía, las cartas se agitan, sus colores se fusionan, el sonido del roce del papel se mezcla con la música. Lola coge la correspondencia y se va al coche, Voto la sigue. Empieza a repartir, mientras piensa en la propaganda electoral, no ha repartido ninguna. Tiene que avisar a la jefa, algo tendrá que hacer.
―¡Mira Lola! ¿Qué es eso?
Voto ya está fuera del coche, se acerca al agricultor que quema rastrojos en la huerta.
―¡Espera! No vayas, ¡espera!
Ella se baja del coche y corre detrás de Voto. Se aproxima a la hoguera para salvarlo. Él se acerca al fuego, acerca su mano de cartas, el papel se calienta y empieza a salir un hilillo de humo.
―¿Qué hace señora? No se acerque tanto al fuego que se va a quemar―dice el agricultor.
Voto sacude sus manos apagando el fuego con prisa.
―¿Estás loco? ¿Te vas a quemar? ¡Quemarás las cartas!
―Pero ¿con quién habla?―dice el agricultor confundido―. ¡Las de Correos están cada vez más locas!
―Perdone, no me haga caso. Estaba hablando por el móvil.
Entran en el coche, Voto sigue mirando la hoguera, extasiado, mientras ella tiene su corazón tiritando dentro de su pecho.
―Esto se tiene que acabar. Cuando no mojas los votos, los quemas. ¡Dios mío!―grita Lola desesperada.
―¡Lo siento! Dime, de verdad, cuando tú dejas el voto en las casas ¿la gente me quiere?
―…
―¿Por qué no respondes?
―Porque no tengo una respuesta.
Al final de la jornada llama a la jefa.
―Lo siento, no he podido repartir los votos. Mejor se los da a otro cartero.
―Pero ¿qué ha pasado? Espera… Mañana nos vemos en la oficina y me lo cuentas todo―dice la jefa.
Así llega el nuevo día, Lola abre la oficina. La jefa llega en su moto, se saludan.
―Mira, yo no puedo. No…
La jefa entra hasta la mesa. Mira las cajas, los casilleros. Mira a Lola.
―Pero ¿qué broma es esta? ya repartiste los votos. Aquí no hay nada.
―…
Un cliente entra a buscar un certificado.
―¿Ya acabaste los votos, Lola?―dice el cliente.
―¿Por qué lo pregunta?―quiso saber la jefa.
―Por que parecía una loca corriendo con los votos por todas partes. Hasta se los llevaba a la gente a la playa, a sus huertas, a las plazas. Estaba en todos lados.
La jefa la mira sorprendida.
―¡Qué mala eres! Mira que llamarme ayer para decirme eso. Yo no dormí pensando como repartir todos tus votos.
―Lo siento, es que me agobié…
Pasan un rato hablando y la jefa se va a sus quehaceres. Lola, se queda sola en la oficina. Pone la radio y espera. Recorre todo el lugar en busca de Voto. Ya no está. La primera vez que lo vio, era más alto que una puerta. La última vez, apenas medía un metro. La música suena, llenando de ritmo el lugar. Con una sonrisa recuerda la forma de bailar de Voto. Empieza a moverse igual, y baila por la oficina, recordando así, a su curioso amigo.
Fin
TenecaЖ

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